Shiroi yasumi no basho

Blanco lugar de descanso: Sección de cuentos y sueños. No todos son míos por cierto.

jueves, septiembre 06, 2001

Blanco

Alex se acercó a Laura en silencio y con el calor fluyendo con avidez por sus manos. Laura se miraba al espejo de la habitación. Se miraba fijamente a los ojos verde oliva, para luego incursionar por las demacradas facciones de su rostro, y volver a encontrarse con su mirada fija. Tenía cuarenta y tres años, su cabello era castaño y su piel apiñonada, su doctorado era en cirugía oftalmológica, pero ahora, se buscaba como si no supiera nada de esto. Pero quien la había encontrado era Alex, ingeniero civil que recorría su pelo brillante con una mirada que reflejaba su deseo casi incontenible y sus escasos treinta años de edad. Extendió la mano y la deslizó sobre su hombro en una caricia que la recorrió suavemente. Laura no se inmutó, aunque fue incapaz de evitar que los vellos de su piel se erizaran en respuesta al tacto ajeno; tan ajeno. Intentaba por todos los medios mantener sus pensamientos contenidos en una esfera de cristal imaginaria, de la que no pudieran salir y en la que no pudiera oírlos. Alex tomó ambos tirantes de su vestido y los hizo resbalar hacia los costados, dejando caer el vestido al suelo. Vertiginosamente, la esfera de cristal se rompió y los pensamientos en ella aprisionados comenzaron a gritar: “¡Carlos, Carlos, Carlos!” Un estremecedor escalofrío recorrió la espalda de Laura. Cruzó los brazos sobre sus pechos desnudos y bajó la cabeza, cerró los ojos con firmeza.
- Laura... – musitó Alex.
Ella se volteó y lo besó rápidamente para evitar que continuara, esperando a su vez, callar los pensamientos en su mente. Alex reaccionó y se quitó la chaqueta del saco, dejándolo caer. Las manos de Laura le ayudaron a tientas a desabotonar la camisa y el pantalón. Él se desprendió de su beso y empezó a bajar en pequeños besos hacia su cuello. “Carlos, Carlos”, gritaban incesantes las voces en la mente de Laura, no podía sentir los besos de Alex humedecerle la piel, ni sintió sus manos quitarle las bragas. Se llevó las manos a la cabeza y con un violento esfuerzo al que no quería recurrir, cayó toda voz dentro de sí, como si hubiera apagado el interruptor de su alma. Ahora, ya no sentía nada. Alex se quitó la última prenda de ropa que lo contenía y llevándola contra una de las paredes de la habitación, comenzó a penetrarla. Mas ella no estaba ahí, no lo veía, no lo sentía dentro de su cuerpo. Alex estaba demasiado enajenado con su placer como para notarlo; jadeante, se la llevó a la cama y terminó ahí con un desabrido orgasmo impaciente. Luego se acostó a lado suyo, se quedó dormido y al cabo de unos minutos comenzó a roncar.
Laura no podía dormir, aunque no estaba totalmente despierta. El vacío que se había impuesto desde lo más profundo de sus entrañas se disipaba lentamente y con el tácito fluir de los minutos, ella recobraba noción de la realidad. Pasada media hora, giró la cabeza y notó con amargura que Alex dormía a su lado. Los pensamientos en su cabeza recobraron voz y aliento; gritaron con más fuerza, Laura se llevó las manos a la cabeza nuevamente, pero no podía controlarlos, hasta que se volvieron insoportables y la hicieron rodar con brusquedad fuera de la cama y salir del cuarto dejando la puerta abierta tras ella. En la oscuridad del pasillo, su griterío se apaciguó, se volvió un murmullo, dejando después que una suave calma la acogiera. Pero la invadía con ella un pesado remordimiento, una pesadumbre incontrolable. “Carlos...” pensó, y caminó al cuarto contiguo. Abrió la puerta, y entró sin cuidado de no hacer ruido. La habitación estaba invadida con un agudo sonido intermitente acompañado de un zumbido rítmico como un respiro mecánico. Laura buscó el interruptor de la luz sobre la pared a su derecha. Un plástico crujido provocó que la habitación se iluminara con pálida luz blanca. Frente a ella apareció una cama, rodeada de aparatos cuyas funciones nunca cesaban, de luces de todos colores y un tubo en cuyo interior se succionaba y empujaba aire con pausas regulares. La cama tenía sábanas amarillentas, bajo las que yacía un hombre con barba de varios días en el rostro, con los ojos cerrados y tubos conectados a las venas y vías respiratorias que lo mantenían vivo, por así decirlo. Laura lo contempló en silencio, luego cerró la puerta tras de ella con extremo cuidado para evitar ruidos fuertes, como para no perturbar el sueño del hombre en la cama, que tan sólo daba la impresión de estar dormido. Ella se acercó y se arrodilló junto a él cerrando los ojos. Lágrimas comenzaron a caer de sus ojos, un leve gemido escapó a sus labios y sus facciones se descompusieron en llanto.
- Carlos... – lloriqueó, – mi amor... no he podido soportarlo... verte así... he sido una egoísta... – inhaló con fuerza entrecortada, su nariz se congestionaba. – Pero no he estado ahí mi amor... me fui, antes de llegado el momento en el que te habría fallado irremediablemente... ¿Te acuerdas cuando meditábamos en comunidad... con el grupo de Sebastián?... Aprendí a estar en otro lado... pero el que ahora no regresa eres tú, mi amor... y te he buscado... – el llanto la forzó a detenerse por un momento, sentía su pecho contraerse del dolor. - ¿Dónde estás, Carlos? ¡Te necesito, estoy tan sola! Alex está en el cuarto de a lado, he tenido sexo con él; necesito sentirme protegida, sé que él estará ahí si lo necesito, pero yo no lo amo, te amo a ti, Carlos... yo...
No dijo más, apoyó su frente en el borde de la cama y terminó de desahogarse en llanto, aferrada a las sábanas amarillentas, blanqueadas por la luz que iluminaba su desnudez. Incontables lágrimas se derramaron y ahora Laura se sintió muy cansada. Salió del cuarto, volvió al suyo y a pesar de los ronquidos de Alex, se quedó profundamente dormida a su lado.

La mañana empezó a entrar grosera por la ventan del dormitorio de Laura. La luz del sol avanzó con pasiva languidez hacia la pareja que dormía en la cama del centro hasta alcanzar a la mujer que dormía del lado derecho. Su piel se calentó en cosa de minutos y empezó a transpirar, volviendo su sueño incómodo. Eventualmente, Laura giró hacia su costado y la luz golpeó sus ojos, despertándola. Se levantó perezosa, sintiéndose sudada y sucia. Se bajó de la cama y caminó hacia la salida de su habitación, cruzando el pasillo directamente hacia el interior de su baño. Al cerrar la puerta, se vio envuelta en total obscuridad; oprimió el apagador de la luz sobre la pared y pasados unos segundos, destellos de luz blanca iluminaron su alrededor hasta que la luz se hizo constante. Entró en el cuadro de la regadera y abrió la llave del agua fría. Cerró los ojos y dejó que el agua le corriera por la piel que reaccionó acumulando grasa en pequeñas protuberancias por toda su superficie. Laura suspiró. Entonces oyó pasos por los pasillos. “Alex” pensó con desagrado. Comenzó a pasarse el jabón por todo el cuerpo sin poner atención alguna a lo que hacía; luego se derramó shampoo sobre la cabeza descuidadamente. El sonido de los pasos seguía llegando al interior de la regadera. Venían de la sala, luego de la cocina. Tocaron a la puerta.
- Laura, me tengo que ir a la oficina, se me hace tarde. Te veré luego. ¿Te parece?
- Hasta luego Alex... – contestó Laura en voz baja.
Siguió oyendo pasos. Laura estaba enjabonándose nuevamente el cuerpo, no recordaba haberlo hecho ya una vez, pero el agua fría la hizo empezar a titiritar. Cerró la llave y se envolvió en una toalla blanca que colgaba de la pared. Esperó a sentirse caliente nuevamente, parada inmóvil bajo la regadera goteante y con los ojos aún cerrados. Nuevamente oyó pasos en la sala. Abrió los ojos, “Se le habría olvidado algo...”. No quería encontrárselo, no quería verlo por el resto del día; de la semana. Oyó otra vez la puerta de entrada y salió del baño, mas a mitad del pasillo, oyó la puerta de entrada abrirse nuevamente. “¿Qué chingados?” Laura caminó goteando agua por el pasillo hacia la sala. A mitad del camino, del recibidor y hacia la misma sala, entró Carlos, desnudo bajo una bata de baño desamarrada, con la mirada fija en el periódico de la mañana que llevaba abierto entre las manos. Laura se petrificó. Carlos siguió caminando, se sentó en un sillón, cruzó las piernas y le dio un tirón al periódico para extenderlo bien. Laura permanecía boquiabierta e incapaz de razonar lo que sucedía.
- C... Carlos... – dijo al fin.
Carlos no se inmutó. Laura se acercó.
- Carlos... – dijo en voz más alta, pero no consiguió respuesta alguna.
Lágrimas empezaron a correr por sus mejillas, se llevó la mano a la boca, incapaz de contener el llanto. Quiso acercarse más, pero de repente, se dio cuenta de que le periódico estaba al revés. Carlos no lo estaba leyendo, ni la escuchaba. Dio media vuelta y corrió hacia el teléfono, levantó el auricular y marcó el teléfono de su médico particular. Mientras esperaba respuesta, miró nuevamente a Carlos, que seguía absorto en su tarea, sentado en el sillón sin que nada lo perturbara. Desvió la mirada y vio una toalla tirada en el piso, percatándose entonces de que estaba desnuda. El médico contestó.
- ¡Jorge! – sollozó Laura, - ¡Jorge, escúchame!... Carlos...
- Epa, tranquila Laura, ¿Qué pasa?
- Carlos está... despertó... bueno... Jorge tienes que venir a verlo... está...
- Ya, tranquila, Laura, que llego en unos veinte minutos, ¿Vale?
- Si... Jorge es que tienes que verlo...
- Tranquila Laura, que ya llego. ¿Vale?
- Está bien, pero apúrate, por lo que más quieras.
- Claro, claro. Venga, en un momento nos vemos.
Laura colgó el teléfono. Carlos cambió la página del periódico. Ella volteó a mirarlo. Caminó hacia él y recogió su toalla del suelo, poniéndosela nuevamente alrededor del cuerpo todavía mojado y se secó las lágrimas. Entonces permaneció inmóvil y silenciosa frente a Carlos, sólo observándolo.
- Carlos... – susurró ella, intentando mantener la calma.
Pero Carlos seguía sin reaccionar, volteando las páginas en intervalos demasiado cortos de un periódico que seguía estando boca abajo. Sin embargo, se veía tan tranquilo, disfrutando de la lectura del periódico en una tibia mañana de otoño. Laura se calmó un poco y aunque era aún incapaz de controlar su confusión, optó por poner todo en pausa. Caminó hacia su cuarto y comenzó a secarse. Minutos después, mientras se ponía los zapatos, tocaron a la puerta. Laura cruzó apresuradamente la sala y el recibidor hasta la puerta de entrada. Tras ella, apareció un individuo bajito, de cabeza calva y cejas muy pobladas, con vestimenta aburrida y un maletín médico en la mano izquierda.
- Jorge... – dijo Laura abalanzándose hacia él en un abrazo.
- ¡Laura! ¿Cómo estás?¿Ya más tranquila?
- Si, Jorge, por favor pasa.
El doctor Villavicencio entró en al recibidor, y desde ahí pudo ya divisar a Carlos, que ojeaba ahora la última página (que más bien sería la primera) del periódico. Intrigado, el doctor se acercó cuidando de no perturbar su lectura, hasta que también notó que el periódico estaba al revés.
- Válgame.
Se acercó más hasta estar a su lado y puso el maletín sobre el sofá. Sacó de éste una pequeña lámpara del tamaño de un pluma y sin previo aviso, arrojó una potente luz a los ojos de Carlos. Primero el derecho y luego el izquierdo, ninguno reaccionó, Carlos no se movió ni parpadeó. Jorge siguió examinándolo. Notó una mancha roja en el antebrazo de la manga de la bata, rápidamente le tomó el brazo procurando no estorbarle y le recorrió la manga de la bata, dejando al descubierto una pequeña manguera rota que colgaba ensangrentada de una aguja que se perdía de vista dentro de su piel y tras dos pedazos de cinta adhesiva especial. “Mierda”, pensó Jorge al tiempo que un escalofrío le recorría el cuerpo. Despegó las cintas y, con mucho cuidado, sacó la aguja de la vena de Carlos. Repentinamente, Carlos cerró el periódico, que ya había terminado, y se levantó del sofá. Salió de la sala hacia el pasillo y entró al baño, cerró la puerta y segundos después, se oyó el rechinar de las llaves de la regadera y el agua cayendo al suelo. Laura se había quedado paralizada ante su normal pero en ésta situación, brusca acción; pero Jorge ya estaba sacando conclusiones.
- Laura, ven aquí, toma asiento por favor... ¿Ya desayunaste? ¿Te preparo un té?
A ella le tomó un momento reaccionar.
- ¿Perdón?
- Venga Laura, te preparo un té. ¿Vale? – dijo Jorge levantándose del sillón y caminando hacia la cocina, que estaba en dirección opuesta al recibidor, llevando con delicadeza la aguja y manguerilla ensangrentadas. – Está todo en el mismo lugar que la última navidad. ¿Verdad?
Laura se sentó desconcertada en el sofá, esperando a que Jorge le dijera algo que la sacara de su abrumadora confusión. Se oyeron chillidos del horno de microondas y después un grave zumbido de un minuto cincuenta segundos, agudos golpeteos de una cuchara metálica contra la porcelana de una taza y por fin, Jorge entró a la sala con un té de manzanilla en la mano. Se sentó a lado de Laura entregándole el té.
- Jorge, dime algo, por favor. – dijo Laura que nada más lo observaba.
- Ya, tranquila mujer, que aquí no pasa nada.
- ¿Y Carlos?
Jorge se tomó un momento para ordenar sus ideas.
- Carlos... acaba de salir de un estado de coma para entrar a otro, Laura, lo siento mucho pero no es consciente de sus acciones, sigue estando en coma.
- ¿Y por qué se mueve por toda la casa, haciendo... cosas?
- Es lo que siempre hacía, o parte. Mira, está como catatónico, Laura, hará cosas que hacía todos los días como rutina, pero nada más. Se ha despertado por así decirlo y lo primero que hizo fue levantarse de la cama e ir por el periódico de la mañana. De hecho, ahora que salga de la regadera, le ponemos un algodón en el bazo, pues se ha levantado así nada más, y por alguna razón sí notó la manguera del respirador y se la quitó, pero la del suero no, entonces la aguja le ha lastimado un poco, en fin, no es serio, sólo hay que evitar que se infecte.
Laura quedó en silencio. Tomó un sorbo de su té y siguió meditando la situación.
- Laura. – continuó Jorge. – ¿Ha pasado algo importante por aquí ultimadamente?
Laura no supo que decir. Bajó la cabeza y sintió una angustia que le hizo morderse el labio inferior como acto reflejo.
- Alguien estuvo aquí... anoche... conmigo...
- Tuviste... – dijo Jorge, pero se contuvo. – Bueno, es lo de menos. No te preocupe Laura, Carlos no lo sabe, pero inconscientemente sí ha provocado un cambio en su estado de conciencia... ¡Claro que no lo hagas con el propósito de sacarlo de coma! – rió.
Laura le lanzó una mirada que angustiada que imploraba seriedad.
- Ay, ay, perdón, perdón, eso estuvo terrible... – musitó Jorge apenadísimo.
Ambos permanecieron en silencio, a Laura la carcomía la culpa y Jorge no lograba salir del embarazo de su crueldad. Las llaves del baño rechinaron otra vez y el ruido del agua cesó. Laura miró a Jorge otra vez.
- Tú, tranquila, mujer, – se apresuró a decir Jorge, poniéndole una mano en la pantorrilla y mirándola directo a los ojos. – lo del amante no tiene importancia. Esto es el mismo cuento horrible de siempre, ¿Vale? Podría despertar de verdad mañana o nunca. Mientras... – se abrió la puerta del baño – continúa con tu vida. Lo de las relaciones extramaritales no lo recomiendo para nada, al menos no en ésta misma casa, pero en general... bueno, como quieras, Laura. Te voy a mandar una enfermera para que vea lo que necesita Carlos ahora, lo que puede hacer y lo que no y luego es muy probable que tú puedas con todo... si eso es lo que quieres...
- Sí... gracias.
- Hombre, de qué. Me tengo que ir, pero yo creo que mañana me doy una vuelta y hablaré con la enfermera a ver qué me cuenta, ¿Vale? – sonrió Jorge.
Laura lo abrazó. Se levantaron del sofá y ella lo acompañó a la salida, donde se despidieron y él partió en un Chrysler nuevo. Ella cerró la puerta. La casa estaba en silencio. “Carlos.”.
Laura entró a la sala. Miró al pasillo a su derecha, no había nadie ahí. Cruzó la sala hacia la cocina, que estaba desierta también. Regresó sobre sus pasos y caminó hacia el pasillo, de un lado, la puerta del baño abierta, que lo delataba vacío, del otro, las puertas de su cuarto y el de Carlos, y frente a ella, una puerta cerrada. En el cuarto de Carlos sonaba un agudo zumbido indicando que el corazón de su esposo se había detenido, el respirador soplaba aire sobre las sábanas de la cama y el suero se derramaba sobre el piso. Laura apagó todo aparato en el cuarto antes de salir y cerrarlo, sabiendo que durante la noche, Carlos no volvería a él. Abrió la puerta de su cuarto y en él no había mas que una cama destendida y el sol que entraba a raudales por las ventanas mal cubiertas por cortinas viejas. Cerró la puerta. Caminó hacia el final del pasillo y abrió la última puerta. Dentro, el piso era de madera, las ventanas dejaban entrar sólo un poco de sol, había porta incienso en las esquinas y en la pared del fondo un letrero: “El balance del alma no reside en la felicidad o en la tristeza, ni en la conciencia o la inconciencia ni en la vida o la muerte; está en medio de todo esto. – Grupo de meditación de Sebastián.”. Carlos estaba sentado en el suelo, en posición de loto, no en el centro del cuarto sino a medio metro del mismo, mirando al este, de manera que Laura pudiera sentarse frente a él, mirando al oeste, como solían hacerlo diario por una hora desde hacía años. Estaba desnudo, e intentando entrar, Laura notó que su bata, tirada tras la puerta, la estaba trabando. En ese momento sonó el teléfono. Laura se apresuró a contestar.
- Hola, mi vida. – saludó Alex. - ¿Qué te parece si vamos a cenar a Bertollucci’s ésta noche?
- No Alex – dijo Laura sonriendo. – tú y yo no nos seguiremos viendo. Me despido, tengo que ir a meditar con mi esposo.Laura colgó el teléfono. No se sentía mejor respecto a lo que había sucedido, pero las voces en su cabeza no tenían ya nada que decir. Salió de la sala y caminó por el pasillo una vez más, entró al último cuarto y cerró la puerta tras de sí. Dentro, se quitó pacientemente toda la ropa, se sentó frente a Carlos adoptando la posición de loto y lo miró por un momento. Cerró los ojos. El rostro de Alex apareció en su cabeza, pudo sentir sus manos recorriéndole la piel, como peludas patas de araña. Apretó los ojos y respiró profundamente, todo pensamiento en su mente palideció, hasta desaparecer en una nada infinita, luminosa y blanca.