Shiroi yasumi no basho

Blanco lugar de descanso: Sección de cuentos y sueños. No todos son míos por cierto.

jueves, noviembre 25, 2004

Reencuentro inesperado


Estaba en un puerto sucio, viejo y bastante abandonado. Debido a que estaba en una bahía había crecido a lo largo y por todas partes había las cajas de metal en las que los trenes y camiones suelen transportar las mercancías. Claro, todas estaban oxidadas y en un estado de abandono deprimente, pues ya las habían desechado pero en una de las puntas de la bahía estaban acumuladas la mayoría, apiladas formando una irregular pirámide y la gente pobre y sin un lugar mejor en el que vivir estaban aprovechando la oportunidad que esos viejos cascarones les proveían. En el mismo lugar había uno de esos presentadores de productos tipo merolico moderno, ruidosos y con un estilo carismático y falso. El tipo se creía la gran cosa como si fuera Alan Tacher aunque era un perfecto desconocido. Traía un micrófono, un folder y la clásica ropa formal de los promotores de ventas. A los pocos minutos un par de riquillos llegaron en una poderosa lancha con amplificadores y bocinas estilo competencia SPL y la dejaron en el puerto. El vendedor tuvo un momento de estúpida inspiración y plagió la embarcación para meroliquear desde la bahía protagonizando en movimiento. Siendo que estaba él solo tenía que ocuparse del timón y el micrófono al mismo tiempo y comenzó a describir amplias curvas a gran velocidad para poder concentrarse en lo que decía y fue por esto que a escasos minutos causó un accidente al saltar en una rampa por no poner atención. La lancha se deslizó sobre el muelle en la parte habitada y se impactó con las cajas de camión, milagrosamente el tipo se baja intacto y corre al escuchar los crujidos metálicos y las primeras dos cajas caer al agua rebotando primero en las inferiores. Mas crujidos formaron una interesante sinfonía mientras todos los que estábamos en la bahía corremos hacia el lugar. Cuando llegamos las cajas han llegado a una nueva y peligrosa inestabilidad. Ya no había reacomodos ni deslices pero los crujidos metálicos de los esfuerzos estructurales continuaban advirtiendo a todo el que quisiera escuchar que el reacomodo no duraría mucho tiempo. Cuando terminaba de llegar escuché a una señora decir que la gente que allí vivía salió a tiempo pero faltaba una niña que estaba escondida en una de las cajas inferiores, la mas peligrosa de ellas pues de caer alguna de las cajas en equilibrio sería sobre esa. Al ver que las personas que allí estaban sabían de la situación y nadie se atrevía a hacer algo, me decido a actuar y me acerco. Entro al vagón y no veo a nadie inicialmente, pregunto si hay alguien allí pero nadie contesta. El sitio está lleno de triques viejos, cacharros y aparatos inservibles. Al seguir entrando escucho los crujidos y recuerdo que no hay mucho tiempo. Al fondo escucho un tenue rumor y cuando volteo veo a una niña de cinco años, lindísima con el cabello rubio, la piel sucia, un vestidito azul pastel sucio también, un osito de peluche bajo el brazo izquierdo y chupándose el pulgar derecho. Su mirada confirmaba mis sospechas: estaba en estado de shock pues ella estaba adentro cuando escuchó los gritos y cayó la primera caja. Comienzo a hablar con la pequeña y poco a poco logro sacarla de su inmovilidad pero los minutos pasan y todo se vuelve muy peligroso. El vagón será aplastado inminentemente, los crujidos lo indican claramente así que logro convencer a la niña después de muchos esfuerzos y otros minutos. La tomo en brazos y salimos cuando a los pocos pasos se escucha un gran estruendo pues el peso fue demasiado para el inestable equilibrio y una de las cajas superiores cayó sobre la que estábamos, dejándola al nivel del suelo. Todavía a cuatro o cinco metros de las cajas la gente comienza a aplaudir, lo cual me hace sentir incómodo a mi y nerviosa a la niña. Decido llevarla a un centro-albergue orientado a mujeres que hay en el pueblo para dejarla allí. El lugar es enorme y estaba realmente cerca, justo detrás de las palmeras.

El contraste entre la pobreza improvisadora y la riqueza planificadora es muy fuerte, bien podrían ser sangrones y no dejar entrar a la nena. Caminando por el bello lugar con estrechos senderos de concreto bordeados de frondosas parras y verdes prados llego a una especie de oficina de triple habitación, comunicados uno a otro por una puerta.

Al fondo está la directora del complejo a quien le explico la situación, finalmente conviniendo en que necesitaba un buen lugar para vivir. Cuando salgo de las oficinas camino tranquilamente por el lugar y el camino me conduce a un amplio salón tipo aerobics, con grandes ventanas que dan a los jardines exteriores pero que comienzan a 1 metro de la puerta. Me encuentro a alguien conocido que es el instructor y le saludo pero la plática dura sólo unos segundos así que cuando acaba me doy la vuelta y me dispongo a salir. Al pasar bajo el umbral, de modo distraído pues el encuentro fue inesperado, entra otra persona y chocamos. Caemos los dos al suelo y en el desconcierto del accidente no nos reconocemos. Es una mujer menuda con cabello negro y el rostro pintado de un azul intenso. Cuando nos recuperamos de la sorpresa nos vemos con mas atención y nos reconocemos, tardando un poco mas yo debido al cambio de color en la tez.

-¡Carlos!
-¡Dharana!
-¡Wow, que sorpresa! –¿que haces aquí?
-¿que haces tú aquí?
-¡yo estoy viviendo aquí!
-¿deveras?
-¡Sí!

Todo ésto aún tirados en el suelo, su cálido y firme cuerpo encima del mío, su hermosa cara completamente azul, con escala de matices y un bello contraste en la mirada, un poco de tristeza-melancolía en ella, resignada tal vez pero con una innegable alegría que lanzaba chispas. Unos puntitos de brillos destellaban en sus párpados y pómulos, prolongaciones en las pestañas y en general un toque de mariposa único. “¡Que raras son las modas!” pensé.

Los segundos pasaban y continuábamos en el piso mientras nos mirábamos intensamente a los ojos. No pude evitar sentir si no una contínua y rápidamente creciente sensación de afecto hacia ella, unas ganas fortísimas de tomarla en mis brazos y estrecharla suave e intensamente se apoderaron de mí y tomé consciencia de que mis manos estaban en su cintura. El momento mágico se interrumpió y nos levantamos sin ganas de hacerlo.

Una animada conversación surgió sin embargo, actualizándonos mutuamente de nuestras vidas en el tiempo de separación mientras caminábamos por uno de los serpenteantes senderos que llevaban al complejo habitacional. En el camino me dijo que me quería enseñar dónde vivía, y conforme nos acercábamos una cantidad cada vez mayor de jóvenes con el entusiasmo que característico de una vida feliz salían a nuestro paso, enfrascados en sus conversaciones aunque sin ignorar su entorno. El complejo estaba formado por un conjunto de edificios independientes interconectados mediante unos pasillos con domo especialmente diseñados para ello y los sótanos y áreas de servicio.

Desde abajo me señaló la ventana de su departamento en el 3º piso, decorado en un agradable color guinda aterciopelado muy parecido al de las rosas, con largas lámparas doradas y mullidos sillones de color crema. El edificio tenía forma de H, pintado de un agradable color café claro y los remates de paredes y columnas en color rojo ladrillo. Estaba en ángulo con el sendero que nos conducía, probablemente estaba orientado de manera que no fuera muy caluroso en verano ni helado en invierno aunque a su sombra y con la brisa marina se sentía bastante fresco. Nos encaminábamos a las escaleras cuando unas personas se asomaron desde otra ventana y le gritaron algo, se pusieron rápidamente de acuerdo y renudamos nuestra marcha.

Entonces me desperté.