Shiroi yasumi no basho

Blanco lugar de descanso: Sección de cuentos y sueños. No todos son míos por cierto.

miércoles, septiembre 19, 2007

Erick y Daniela

No es que no haya soñado en todo este tiempo, si no mas bien que no he escrito aquí.
Anoche sin embargo, un sueño especial me sacó del estancamiento en que me encontraba.

Estaba en un departamento blanco de 2 cuartos, baño, cocina y patio, en un 2º o 3er piso, junto con Erick y Daniela. La misma Daniela que dejé de ver cuando salió de secundaria. Erick estaba pensando en negocios y su conversación lo confirmaba. Daniela y yo participábamos de ella sin involucrarnos mucho.

No porque lo viera si no porque lo sentía, supe que Erick quería con ella, pero aparentemente no decía nada. Me mandaron a comprar algo a la tienda, no me sentí desplazado por pretexto ni nada por el estilo, parece que son un par de personas que conozco de varias vidas ya. Cuando regresé de la tienda tuve la sensación de que aprovecharon mi ausencia para "hacer de las suyas" pero no veía a Erick por ningún lado.

Daniela estaba acostada en la cama. Tan hermosa como la recuerdo, o tal vez incluso más... pero de alguna manera diferente. Ahora que Erick no estaba, comenzamos a platicar. Una de esas conversaciones que no es realmente de algo trascendente donde el intercambio de opiniones marca la memoria y re-modela la perspectiva, si no mas bien el agradable diálogo en que las concordancias lo transforman en algo íntimo y especial.

Habiendo transcurrido tantos años me di cuenta que mi vulnerabilidad ante la belleza no había cedido ni un poco, y no por eso sentí remordimiento ni culpa. En el cómodo ambiente que nos encontrábamos, no me costó hacer la propuesta indecorosa, ni me sorprendió el recibir una respuesta afirmativa. Nos desvestimos.

Su piel tan suave, tersa, aromática y perfecta me trastornaba ligeramente. Todo en impecable proporción, invulnerable ante los efectos que el tiempo y la gravedad pudieran causar en sus hermosas concavidades. Su actitud era limpia y despreocupada y se dennotaba en cada uno de sus gestos. Su sexo era sencillamente perfecto. Carnosito, mullido, rosa, y casi completamente lampiño.

A estas alturas mis hormonas ya se habían encargado de desencadenar la vasocongestión característica que se presenta en estas situaciones, pero su comentario al respecto me extrajo abruptamente de mi ensoñación admirativa: "nunca había visto uno tan grande". La evidencia en el contraste de nuestros pensamientos me dio suficiente risa como para contagiársela, y eso marcó el final del tiempo de las palabras. Ahora sólo quedaban actos, sensaciones, sonidos, emociones, miradas, percepciones.

Me acerqué a ella con intención de comenzar pero al primer intento resultó evidente que sería imposible con tan poca humedad, y entonces me desperté.