Shiroi yasumi no basho

Blanco lugar de descanso: Sección de cuentos y sueños. No todos son míos por cierto.

lunes, enero 22, 2001

La guerra


“…que ni un solo Shaumak deje vivo este campo que se habrá de teñir con nuestra sangre gloriosa; si los ves huir, persíguelos, si los ves venir, míralos a los ojos mientras los combates, si no se mueven, es que ya están muertos…o lo estás tú.”


La noche se retraía con abstinencia ante la sábana solar que rozaba con delicados tonos verdes y amarillos las copas de los robles y pinos que se estremecían bajo el helado viento de los bosques de Antillon. El río, tal vez tan viejo como el mismo viento pero en constante renovación, corría con gélidas aguas por senderos indefinidos y sinuosos a lo largo de los caminos que ahora se iluminaban con sombras y aces de luz que atravesaban la cúpula arbórea en un hermoso cuadro claroscuro de belleza sublime y cálida. No podía ver el río, estaría a unos cuantos pasos hacia abajo en las laderas de los bordes del bosque, oculto tras infinidad de ramas y follaje; tan sólo oía su murmullo mezclado con las aves que comenzaban su canturreo melodioso llenando al bosque de sonido y bullicio, que en conjunto ponían nuevamente el escenario para las manifestaciones de las más exóticas y tímidas de las entidades espirituales y mágicas. Sin embargo no me sentía encantado o maravillado, ni siquiera me sentía apacible. Mi corazón latía con fuerza bajo mi coraza resplandeciente y la malla metálica que lo aplastaba. Tenía frío y sentía cómo la tierra bajo las herraduras de mi caballo se removía inquieta.
Antillon era un bosque que se extendía más allá de lo que muchas generaciones humanas se habían atrevido a incursionar. Conectaba con su densa personalidad milenaria las regiones de las sombras y las de la fertilidad, los reinos de la obscuridad con los de la vida y el crecimiento. El viento que lo surca desde antes que hubiera bosque, había oído relatar todas las historias, y en especial las de la guerra del Caos. Pero esa guerra está enterrada bajo hojarasca. Ahora mi sangre bulle por una nueva contienda.
- ¿Los oyes hijo?
Mantenía los ojos inquietos y la mirada esquiva.
- Ya vienen ¿Los oyes?
Miré mis manos deteniendo las riendas de mi corcel, cubiertas con las frías mallas metálicas que se aferraban a la realidad, me empujaban hacia mi destino. Volteé a ver a mi padre; él miraba impasible hacia el final de la arbolada mientras avanzábamos por los senderos manchados de café otoñal.
- Los oigo. – dije secamente.
Nos acercábamos a las praderas. Oía lo advenedizo. A mi corcel lo seguían mil trescientos hombres; caballería, arqueros, infantería... Carmen, Lock. Todos nosotros podíamos oírlos; estábamos acostumbrados a nuestro propio galope, el paso de nuestros hombres, lo habíamos escuchado por dos días de marcha. Ahora había más murmullos entre nosotros, murmullos ajenos; eran los murmullos del miedo, del nerviosismo, del ansia. Suspiré pesadamente y volteé, Carmen tenía la mirada fija, sus rizos rojizos descuidados, las manos congeladas. Lock nos seguía a pocos metros, casi dormido sobre su caballo, o tal vez tan sólo pensativo, sosteniendo el mismo bastón que sostenía incluso dormido.
- Son muchos.- mi padre se oía ansioso también. Se mantenía tan alerta como siempre, los ojos fijos en la distancia, los años olvidados en casa. Grité.
- ¡Marcell!
Un hombre de huesos ligeros e inquietud en las piernas me contestó desde la copa de un árbol.
- Ya puedo ver el polvo señor… son muchos.
- No quedará uno.- Carmen sostenía una franela roja en una mano. Siempre he supuesto que perteneció a su madre, más nunca me ha hablado al respecto, como de tantas otras cosas.
Llegamos al final del bosque y nos detuvimos, la mirada se nos impacientaba, la paciencia nos abandonaba a nuestras furias personales, al ansia que nos consumía, que nos desesperaba. Llamé una vez más.
- Marcell.
Marcell subía rápidamente a la copa de un pino. Aguardé unos segundos más mientras mis pensamientos se paralizaban en espera. No oí nada. Después de un momento miré a la copa del árbol. Marcell estaba inmóvil mirando al horizonte.
- ¿Marcell?
No me respondió. Repentinamente reaccionó.
- Señor…
- ¿Qué ves Marcell?
- Son ­Shaumak señor…- la voz de Marcel temblaba un poco. No comprendí.
- ¿Marcell?
- Más no lo parecen señor, son distintos a todos los que he visto… tienen caballería, tienen arqueros… estandartes, banderas… señor son más que nosotros…
Oí murmullos entre los hombres. Repentinamente se sentía tensión y terror reprimidos en el aire, delgado como nuestra cordura.
- ¿Los rumores eran ciertos?- mi padre no perdía decisión, se oía tan sobrio como al principio de la contienda.
- Así parece.
Espoleé a mi corcel. Éste me llevó rápidamente frente a mis filas desmoralizadas. Grité imponente.
- ¡Del otro lado de éste campo se encuentran los Shaumak!... nos esperan impacientes. Yo vine aquí porque soy el comandante de las fuerzas que defienden mi tierra y la memoria de mis ancestros, pero si tengo que desangrar sólo a cada Shaumak del otro lado de ese prado, así será. Hoy los Shaumak se ven más fuertes que antes, pero siguen siendo los mismos perros miserables de siempre, así que cuando todo esto acabe hemos de quemar ese estandarte pagano y nos llevaremos su dentadura a casa... “El Shaumak vino y se llevó todo lo que era mío, más ha regresado porque quiere además llevarse mi alma: por ello, que ni un solo Shaumak deje vivo este campo que se habrá de teñir con nuestra sangre gloriosa; si los ves huir, persíguelos, si los ves venir, míralos a los ojos mientras los asesinas, si no se mueven, es que ya están muertos…o lo estás tú.”
Las últimas palabras las repitieron mis hombres a coro, Lock sonreía, aunque Carmen no se inmutaba, tampoco mi padre. La voz de mi ejercito se hizo escuchar por todo el bosque que ahora temblaba con nuestro coraje.
- Selling…
Mi arqueo más viejo caminó unos metros al frente de nuestras líneas y encendió una flecha con un pañuelo teñido de sangre Shaumak. La flecha voló por el aire como un haz mensajero; nuestro bélico dedo índice apuntando hacia los Shaumak, como una sentencia.
- ¿Carmen?
Volteó a mirarme. La cicatriz en su ojo izquierdo se arrugó un poco, el odio asomaba en su mirada.
- Que no quede uno…
Salimos a la pradera.

La bruma se recuesta monótona sobre los verdes pastizales interminables de una aldea en las montañas de Cu’ Waad. Finas perlas cristalinas humedecen las hojas de los pinos que rodean por bosques los picos milenarios de la Sierra Cu’ Waad. Al límite del bosque se revelan cabañas desde donde cálida luz alumbra la tarde que se va. Se escuchan divagantes risas de niños jugando, los perros ladrando al aire en coro, corpulentos hombres regresan en grupos de la arboleda, cruzan las bardas de troncos que bordean la pequeña ciudad, herramienta al hombro, cansados y satisfechos de su ardua jornada; traerán un pedazo de leño al fuego o un trozo de carne a la mesa. Las mujeres preparan la cena, las ventanas despiden apetitosos aromas que invaden las calles de la aldea ansiosa de la sosiega. El sol se oculta indeciso tras las montañas nevadas, el aire se enfría un poco, y con la noche las chimeneas empiezan a soplar hollín al cielo.
Parada a mitad de una de las calles que se oscurecen lentamente, una pequeña niña de ojos vivaces y mirada curiosa no despega su atención del horizonte, como si esperara ver algo salir tras las montañas. Transcurren unos minutos y un joven leñador aparece al final de la calle y reconoce a su criatura parada frente a él, mirando por sobre su cabeza, absorta.
- ¿Princesa?
La niña no le contesta, como si no hubiera siquiera oído la voz de su propio padre.
- Ven princesa, estoy seguro que mamá nos espera con la cena.
El hombre sigue caminando hasta la niña y la toma de la mano. Ella lo sigue sin quitar la mirada del horizonte, está muy preocupada; camina con su padre y tras otras casas pierde las montañas de vista.
Un hombre entra súbitamente a la aldea reventando a su caballo. Cruza las puertas poco antes de que las cierren y pocos segundos después desmonta frente a la alcaldía. Dentro, en el segundo piso, un individuo gordo de mostacho abundante y respiración pesada se ocupa de sus asuntos en la única habitación iluminada. El alcalde Morwood lee detenidamente textos que han llegado de la ciudad cuando un mensajero irrumpe jadeante en su habitación.
- ¡Alcalde!... - el mensajero tropieza y cae al suelo exhausto.
- Georg... ¿Qué significa esto?... tranquilízate, ¿Qué ha pasado? – Morwood se apresura a auxiliarlo.
- Shaumaks, señor... – Georg se reincorpora.
El alcalde palidece.
- ¿Qué has dicho?
- Shaumaks, señor... – recupera el aliento poco a poco –... en la frontera.
- ¿De qué estás hablando, cuál frontera?
- Punta de Flecha señor... vienen hacia acá...
El alcalde se debilita, busca una silla y cae pesadamente sobre ella, mira fijamente a Georg con la preocupación hablando por él.
- Pero si estaban a 3 días de Tar Nan’ og,... los están esperando en Tar Nan’ og... amurallaron la ciudad...
- Se han movido... hacia acá en esos tres días señor alcalde, vienen hacia acá... – responde Georg con la voz temblorosa.
El alcalde queda sin aliento, mira hacia la salida de su habitación. De un salto se levanta y sale hacia la sala principal, grita.
- Eha, Jor, muchacho, ven acá.
El alcalde entra nuevamente y escribe algo tan rápido como puede, enrolla el papel y lo sella con cera y un emblema real.
- Jor... maldita sea Jor, apresúrate,- el alcalde corre hasta el muchacho que entra al cuarto- ten, toma el caballo más rápido que tengamos y entrega esto en Tar Nan’ og, ¡Ve, corre!
- Señor. – asienta Jor y sale corriendo de la habitación.
Ambos hombres lo ven partir y se quedan mudos por un momento, embebidos en su angustia, mirando al suelo; el sudor frío fluye por la frente del alcalde hasta sus tupidas cejas, Georg se muerde las uñas nervioso.
- ... ¿Señor?.- Georg rompe el silencio, la voz se le va de tono en las palabras.
- ... tenemos que defender la aldea Georg...
- ¿Señor?
- No podemos llevar a esta gente a ningún lado, si huimos nos cazarán como a perros... no, tenemos que quedarnos y luchar... – el alcalde camina decidido hacia la salida de la habitación.
- ... señor, ¿Luchar con qué? – Georg lo sigue.
- Con lo que sea.
Repentinamente, la aldea se convierte en una colonia de hormigas bajo asedio; la gente sale de sus casas al llamado de la agitación, hombres van corriendo por las calles llevando armas oxidadas, tridentes, arcos de frágiles cuerdas viejas y otros deplorables remedos de armas bélicas.
El leñador que no ha tenido tiempo ni de sentarse a la mesa a disfrutar de la cena con su princesita y su esposa no tarda en asomar la cabeza a la calle. Un amigo que va pasando le habla.
- ¡Luc!... amigo mío, vas a tener oportunidad de usar esa espada tuya que tanto nos has presumido en el bar...
El leñador lo mira con total extrañeza, su amigo mantiene su paso apresurado, alcanza a ser escuchado a gritos.
- ¿De qué rayos hablas Anton? ¿Qué está pasando?
- ¡Un ataque Luc, se avecina un ataque, tenemos que reunirnos en la barda noreste!
- ... un ataque...
Luc rápidamente entra a su casa de nuevo.
- Mi amor, viene un ataque, llévate a Carmen a la alcaldía, voy por la espada de papá y la armadura...
Su mujer permanece estupefacta un momento. Reacciona y se asusta pero procura seguir las instrucciones de su marido.
- ¿Un ataque? ... pero... ¿Quién ataca esta aldea?
- Debe ser un grupo de Shaumak que se separó del resto en el bosque o algo así...
Carmen mira a su padre llena de preocupación.
- Creo que son muchos papi... – murmulla.
Su padre la mira. Camina hacia ella y la toma en sus brazos.
- No te preocupes Carmen, dudo que sean muchos.
Baja a la niña, abraza y besa a su esposa.
- Cuídate mucho mi vida. – susurra ella.
El leñador la mira y termina de ponerse el peto. Su esposa toma a su hija de la mano y deja la casa en dirección de la alcaldía. La gente corre por las calles con antorchas encendidas y hierros empolvados. Al poco tiempo Luc sale de la casa también, su armadura ha entrado en desuso y rechina con el movimiento. Corre hacia la barda noreste y no tarda en ver la muchedumbre que se ha acumulado en ella, todo el pueblo está ahí, con la mirada perdida en la oscuridad. Muchos son hombres viejos o demasiado jóvenes, todos conocidos.
- ¡Luc!- Anton ha reconocido a su amigo.
- Anton, parece que toda la gente está aquí...
- Si no lo están no tardarán en llegar amigo mío.
- Ya veo... ¿Qué traes tú de arma?
- Éste arco perteneció a mi abuelo, hecho del más fino material...
Luc mira a su alrededor, es poca la gente con la suerte de una armadura o un arco, muchos tienen espadas o hasta hachas de guerra, pero la mayoría porta tan sólo utensilios de granja o cuchillos de carnicería.
- ¿ Quién se acerca a la aldea Anton?
Su amigo lo mira con la misma seriedad que él toma.
- Shaumaks, Luc.
Luc mira al horizonte.
- ¿Son muchos?
Anton calla por un momento.
- Hay rumores de que sí.- responde al fin.
Luc no se inmuta.
- ¿Y Gilda?
- Le pedí que fuera a la alcaldía, creí que ahí estaría más segura. Todos están enviando a mujeres y niños a la alcaldía...
- ... Sí.
Mientras tanto, la alcaldía es el único edificio de la aldea habitado, los niños juegan en los pasillos y la sala principal, felices y animados. Las mujeres corren de arriba a bajo, disponen juegos infantiles, preparan té para mantener un poco la calma, se respira nerviosismo en el aire.
La pequeña niña Carmen no participa en juego alguno, permanece sentada frente a la ventana del pasillo que da a la valla noreste. Puede ver las antorchas iluminar las afiladas puntas de la barda que se eleva por encima de los tejados. Mantiene la vista fija en el infinito, apagado por la oscuridad de la noche. Entonces susurra.
- Ya vienen mamá.
En ese momento, entre los troncos del bosque de la colina aparece un destello amarillo. Pronto se revelan más, se mueven lentamente hacia el borde de la arboleda, pacientes. Eventualmente, los destellos describen una hilera, un gusano de luces que se mueve amenazador entre los pinos y se acerca a la aldea.
La gente en las bardas lo ve, todas las voces callan. Las luces se van haciendo más, el gusano se expande hasta conformar un río de antorchas que se avecina al borde del follaje. Poco antes de poner pie en la pradera de pastizal sobre la que se asientan las cabañas, las luces tras los árboles se detienen, se alinean. Los segundos se alargan, la gente tras las defensas es invadida por la ansiedad, todos están apretados contra la madera de los troncos afilados, intentando ver a los ojos a su miedo a través de cada ranura, por entre cada espacio.
Un haz de luz sale despedido del borde del bosque. Cruza el cielo negro en perfecta línea recta y se hunde en la suave tierra a pocos pasos del portón de la aldea. Las antorchas se ponen en movimiento otra vez, ésta vez se mueven muy rápido, salen del bosque como una marea de luz que amenaza con derribar la cerca de leños de un solo golpe. Pronto, a las antorchas les salen manos y brazos que surgen de la oscuridad, y llega hasta la gente tras la valla el sonido del acero siendo desenfundado por cientos. Por último, de entre el ruido de los pasos y los aceros, la luz de cientos de antorchas y afiladas hojas de metal corriendo impasibles, surge tenue pero inconfundible, el grave alarido de un hombre furioso. Al grito de un hombre, se une la colérica voz de una muchedumbre. Ahora el río de luz se mueve como un inmenso monstruo de múltiples articulaciones, lleno de espinas de acero y emitiendo un escalofriante aullido que podría por sí sólo derribar la muralla de hombres que se amontonan tras las bardas.
Al cabo de unos segundos, el monstruo arremete contra los troncos con una fuerza brutal. Las hojas de las espadas pasan por las ranuras de las paredes de madera, por entre los mínimos espacios de los amarres, colándose como arena, tiñéndose de sangre descuidada. Se oyen alaridos de dolor, los arqueros empostados en las alturas disparan sin descanso, rocían sus flechas sin tregua. Sobre los picos asoman escaleras e inmediatamente comienzan a subir guerreros Shaumak blandiendo sus afiladas espadas y gritando eufóricos. El monstruo se come las vallas imparable, el enemigo salta por encima de la barda rabioso, pronto el portón está ardiendo en llamas y a sus pies se apilan cuerpos conocidos y enemigos. Los defensores de la aldea se acaban por montones, mueren heroica y desperdiciadamente ante el salvaje ataque de un ejército enorme y aterrador. El ejército Shaumak no tarda en hacer pasar al frente un tronco cargado por diez guerreros y en un sólo asalto parten el llameante portón por la mitad. Entre los pocos sobrevivientes aldeanos, un hombre se bate con fuerza todavía, apoyado por pocos arqueros y aún menos infantería. Ha sido tal vez el único hombre bien preparado para la batalla, su peto lo ha salvado más de una vez y una formidable espada le mantiene letal y activo. Tras morir su último compañero, tres lanzas Shaumak terminan finalmente con su esfuerzo. Quedan ya sólo unos cuántos arqueros en los techos de las casas y corriendo entre las calles. Anton abandona su posición y huye hacia la alcaldía. Los Shaumak usan las antorchas defensoras para prender fuego a las viviendas y construcciones. Asesinan toda persona que ven en su paso, ya no queda resistencia alguna, corren ahora como aceite hirviente por las calles. Pronto llegan a la alcaldía y no se preocupan por entrar, prenden fuego de inmediato al techo y continúan su orgía de destrucción hacia le final de la aldea. La sala principal se inunda de humo, dentro la gente comienza a ahogarse. Al cabo de pocos minutos, el techo se desprende en mortales leños encendidos, los niños gritan desesperados. Alguien abre la puerta y todos intentan huir hacia la calle. Ahí los espera el enemigo. Los guerreros Shaumak tienen problemas para asesinar a todas las mujeres y niños sin que se les escapen unos cuántos. Mientras, Anton se mueve sigiloso y sin ser visto; se acerca a la alcaldía por los callejones, por detrás de las casas. Un Shaumak montado pasa a su lado, galopa hacia el centro de la aldea; de la penumbra sale una flecha que lo derriba de un rápido tiro. Anton corre a la calle y toma su caballo. Carmen sale aterrada de la alcaldía prendida de la mano de su madre, huyen protegidas por el denso humo y la confusión, resbalan en la sangre que corre por las aceras como agua de lluvia. Repentinamente una oxidad lanza le atraviesa el vientre a su madre de lado a lado y alcanza a abrirle una herida a Carmen de la frente a la ceja. La lanza se retrae y su madre se desploma inanimada, Carmen grita histérica, jaloneándole las faldas, pidiéndole que despierte, las lágrimas le mojan el rostro descompuesto en horror; su madre no se mueve. Anton reconoce a Carmen desde la distancia, parada a mitad de la calle frente a la alcaldía. Sabe que es tal vez la única aldeana que ha quedado viva. Sin detener la marcha, toma a la niña y la monta en su caballo, lo espuela y huye a la carrera. Un Shaumak lo ve desde la lejanía; prepara una flecha. Carmen mira atrás, no se da cuenta pero una flecha ha atravesado a Anton y su sangre corre hemorrágica, el caballo no baja la velocidad, sale de la aldea y poco después se interna en el bosque. Carmen sostiene algo entre las manos; es un pedazo de tela roja, arrancado del vestido de su madre que yace muerta a la mitad de una aldea en Cu’ Wad que arde en llamas desgraciada. Carmen la mira entre sollozos mientras se aleja. En su mente podrá verla quemarse hasta las cenizas por el resto de su vida como en éste momento en el que la ve por última vez.

En ese momento, una corneta resonó tenue desde el lado contrario del prado. Mi corcel se inquietó, pero no atrasamos nuestra marcha, sentíamos la sangre hervir en nuestras venas mientras nuestras miradas escudriñaban la lejanía en busca de nuestros viscerales enemigos, ellos esperaban tras una pequeña elevación en el terreno. En ese momento un zumbido me hizo levantar de golpe la mirada. De inmediato me oí exhalar un alarmante grito, unida mi voz a la de Carmen:
- ¡Escudos arriba!
Mi ejército se detuvo y como acto reflejo, mil quinientos pedazos de metal emblemado se levantaron de súbito sobre nuestras cabezas resguardando nuestros rostros del cielo azorante. Como gotas de lluvia, comenzaron a llovernos flechas. Un zumbido entrecortado nos roció con puntas de acero que perforaron nuestros escudos por miles. Empecé a oír alaridos, mis hombres caían entre nuestras filas. Algo me perturbó aún más de repente; había unas tres flechas por cada escudo sobre nosotros.
- ¿Pero qué es esto, joder? ¡Tienen tanta arquería como nosotros traemos hombres!
Apenas pasado el ataque, Carmen bajó su escudo y gritó histérica como pocas veces la había oído, gritó con tanta furia que todos, hasta el último hombre de mi ejército, la oyó y fue invadido con su furia.
- ¡Cargaaaaaa!
Espoleó violentamente su caballo y emprendió la carrera con su espada a un lado, en posición de embestida a infantería. Mil quinientos hombres gritaron con ella y corrieron tras su caballo coléricos.
- ¡Padre! ¡Carmen está desquiciada!
- ¡Y dale gracias a los dioses por ello hijo, tu ejército resultará victorioso!
- ¡Capitán! – Lock me miraba con un pergamino en su mano.
- ¿Lock?
Lock comenzó a leer una lengua antigua. Su voz se enrareció al pronunciar las últimas palabras. Mi espada se cubrió de llamas de repente.
- “Quieren además llevarse nuestra alma...”, encuentra paz, luego ejecuta la guerra. – me dijo pesadamente.
No pensé más en las cosas, era evidente que mi destino ya no me dejaba retroceder, y la batalla me llamaba incesante. Lock llevaba consigo siempre un largo bastón de una extraña madera azulada. Pronunció unas palabras y el final del bastón se abrió de golpe y surgió una rústica hoja afilada. “Este campo que se habrá de teñir con nuestra sangre gloriosa...” pensé. Espolee mi corcel y emprendimos la carrera, pronto vi las filas Shaumak aproximarse frente a mí.

Un hombre se restriega ocioso bajo la sombra de un roble. Viste coloridas túnicas teñidas, su barba amarilla refleja ya una vejez moderada, sin embargo su mirada se mantiene como la de un adolescente. A su lado una extraña criatura juega con una pequeña luz entre sus manos; es un hada, una mujer del tamaño de un ratón con largas alas transparentes. Viste harapos azules como su piel, hechos de una textura parecida a las hojas de las plantas, su cabellera es bermellón, y sus ojos son canicas azul cielo con un anillo amarillo en el centro. Ambos se hablan en perfecto sopor.
- ¿Cómo es un bastón Osher? – El hombre mantiene los ojos cerrados.
- ... creo que ya va siendo tiempo de que obtengas el tuyo... - El hada no distrae su atención de la luz con la que se recrea.
- ¿Para qué?¿Cómo es?
La luz entre sus manos se enciende y se apaga constantemente, de repente se parte en dos y sus fragmentos juguetean entre sí.
- ¿Has visto alguno? - responde.
- No, debo decir que tampoco he visto muchos otros hechiceros del fuego.
La luz vuelve a reunirse.
- Si tienes razón, hay muy pocos. En cualquier caso, dudo que haya más de tres o cuatro con el dominio del gadia o mana suficiente como para poder mantener un bastón.
- ¿Dominio?
La luz ahora cambia de color.
- Un bastón Lock, implica un receptor exterior de tus poderes. En el momento en que obtienes un bastón dejas de manifestarte a través de tu cuerpo y lo haces a través del bastón, es por eso que en realidad no necesita ser un bastón, puede ser prácticamente cualquier objeto, pero necesitas una cantidad de control inmensa para lograr que tu poder se manifieste a través de otro objeto y que no se disipe en combustión del objeto que tienes en tus manos.
El hombre medita las palabras del hada.
- ¿Así que de qué sirve un bastón?
Ella ríe un poco.
- ¿Recuerdas cuando te pedí que quemaras un árbol Gu hasta que desapareciera?
- Lo recuerdo.
- ¿Por qué fuiste incapaz?
- El calor que necesitaba generar me estaba quemando los brazos, no pude soportarlo.
- Así es, tu cuerpo no es capaz de manifestar todo su poder sin dañarse a sí mismo. Necesitas darle una estabilidad especial a la estructura que utilizas de medio, y ciertamente no resulta conveniente aplicar tal tratamiento a tu propio cuerpo. En cambio un bastón de madera puede ser preparado para tus propósitos.
- ¿Por qué no usas bastón?
- Soy un hada, mi cuerpo puede soportar toda mi manifestación posible y más, no necesito usar otro objeto para desplegarme, pero tú eres humano y tu cuerpo no está hecho para la magia.
- ¿Qué pasa si no tengo suficiente control del gadia?
- No le darás al bastón el equilibrio adecuado y lo convertirás en cenizas en cuanto lo uses, o no podrás manifestarte a través de él, como si intentaras lanzar una llamarada a través de un tronco. Es de hecho probable que le des equilibrio suficiente ahora y en unos años que obtengas más poder lo quemes, no hay un equilibrio insuperable.
El hombre comienza a mirar a su alrededor.
- Nada de lo que veo me place para intentarlo.
El hada lo mira divertida, la luz entre sus manos desaparece.
- Te haré un bastón especial, nos ahorrará tiempo.
Deja el hombro de Lock y vuela hacia el suelo. Cae sobre un pequeño pedazo de tierra desnudo. Clava sus pequeñas manos en la tierra mojada y de sus alas surge un brillo tintineante. Repentinamente del suelo brota un tallo verdoso que se eleva hasta ser tan alto como un hombre. En la punta se enrolla sobre sí mismo y su corteza se endurece y cuartea.
- Senea... magnífico.- Lock se acerca al delgado tronco.
- Bueno, tranquilo, no te sirve de nada todavía...
- ¿Qué debo hacer?
- Intenta transferir tu energía al bastón y luego que salga del mismo sin que se consuma...
- Hmmm. - Lock toma el bastón entre sus manos, lo jala un poco y éste se desprende del suelo del que surgió. Senea emprende vuelo y se aleja de Lock.
Lock aprieta el bastón entre sus manos. Pronto la superficie del bastón que tocan sus manos se ennegrece y comienza a humear. El aire se llena con el olor a madera quemada.
- Intenta manifestarte...
- No... necesito meter más energía.
La madera del bastón comienza a crujir bajo sus manos, la mancha oscura se esparce, más humos sale despedido de entre sus dedos, los hilos se vuelven constantes. Las hojas bajo el bastón se queman atacadas por el calor concentrado, hilos de material orgánico en combustión se forman alrededor de Lock, el aire se calienta y la humedad lo abandona. Lock se mantiene concentrado, más hojarasca del suelo se enciende en ondas que huyen del mago, pronto el calor choca directo con la tierra.
- ¡Manifiéstate! – Senea se impacienta.
Lock la mira de reojo. Ahora mueve lentamente el bastón para dirigir su punta hacia un árbol frente a él. Se concentra, un camino de hojas se enciende en dirección del árbol, pero la combustión sólo se aleja unos pasos.
- No puedo manifestarme a través de la madera...
- Concéntrate.
Lock cierra los ojos y se esfuerza, el aire caliente a su alrededor sube y se revuelve. De repente, una marea de llamas se extiende sobre el suelo como si fuera combustible y rápidamente alcanza al árbol. Sus hojas se encienden y se desmoronan, el tronco empieza a crepitar. Lock se mantiene firme, su imagen se distorsiona tras el aire caliente. Efímeras flamas aparecen entre él y el árbol; el tronco del mismo despide humo incesante.
- ¡Quema el árbol Lock!
- ... difícil...
El hada no quita su mirada del bastón.
- Lock, lo quemas...
- ... si...
De las grietas en la madera empiezan a asomar lengüetas de fuego, el árbol no alcanza a arder.
- ¡No Lock, me refiero al bastón!
- ...¿eh?
Repentinamente el bastón se enciende entre las manos de Lock con un sonido como el de la pólvora en ignición. Lock suelta el bastón inmediatamente y bastan unos segundos para que se desintegre en cenizas que el viento caliente se lleva. Su energía se disipa.
- ¡Mierda!
- ¡Imbécil!- el hada se eleva.
- ... lo perdí... ¿Qué pasó?
- Aceleraste la combustión, siempre mantén un equilibrio.
- Me incitaste a acelerarla...
- Has caso omiso del entorno, concéntrate sólo en tu objetivo.
El hada levanta sus manos hacia el árbol, éste es abrasado por llamas incandescentes de súbito y pronto estalla en pedazos. Una invisible burbuja apenas alcanza a proteger a Lock de los llameantes fragmentos que vuelan contra él.
- Impresionante.
- Cuando domines el bastón podrás aspirar a mis poderes Lock, no antes.
Lock sonríe.
- Pensé que jamás podría aspirar a tus poderes Senea.
- Todavía puedes mantener esa idea.
Lock observa el tronco carbonizado y humeante.
- Senea, hay algo que debemos discutir.
El hada se interesa, vuela al hombro del mago nuevamente y lo mira intrigada.
- Te escucho.
Lock toma asiento bajo un árbol. Mira al cielo; gordas nubes blancas flotan con lentitud hacia el horizonte.
- Hay guerra...
El hada desvía la mirada.
- ¿Sabes algo de la guerra que desencadenan los Shaumak?
Senea ríe para sus adentros.
- Más de lo que debería...
- ¿Sabes por tanto que están conectadas?
- Conectadas... – Senea ya empieza a ver el sentido de la conversación. Pretende ignorancia. - ¿Ésta guerra con qué?
- La guerra del Caos...
- ...¿Cómo sabes tú de eso?
- Eso no importa... sabes a lo que voy ¿Cierto?
Senea no quiere responderle; calla un momento.
- ¿Vas a entrar a la guerra? – responde al fin.
- ¿No lo harías tú?
El hada se molesta.
- No hay nada con lo que esté relacionada de esa forma.
- No digas tonterías, tan sólo imagina una guerra contra las hadas.
Senea calla indefinidamente. Después de un momento, Lock voltea a verla; está seria.
- ¿Alguna vez has visto alguna otra hada del fuego Lock?
Lock presiente un grave error en su suposición. El hada prosigue.
- En la guerra del Caos la comunidad de hadas del fuego fue de las primeras en tomar participación. Los reinos de la luz debían ser protegidos, todos se apresuraron a entrar en batalla... ¿Sabes lo que sucedió al final de la guerra? – Senea suena invadida por una melancolía terrible.
- He estado revisando algunos diarios de gente que estuvo en batalla... no lo deja claro pero—
- Huimos... todos deberían saberlo, las fuerzas de la oscuridad no podían seguir siendo combatidas con la misma efectividad del otro lado de Antillon, tuvimos que huir, eran demasiados y estábamos perdiendo a toda nuestra gente, entrando en desorden y caos... decidimos que podríamos salir de territorio enemigo y que las cosas recuperarían un equilibrio... pero desde que perdieron el balance hemos continuado el interminable juego de la victoria.
- Hablas como si las fuerzas de la oscuridad fueran invencibles.
- ¡Lo son! – Senea grita - ¿No lo entiendes? hay un balance muy específico, ambas fuerzas cohabitan, ninguna puede ser totalmente destruida, tan sólo resurgiría después de un tiempo y no cambiaría nada, pero el balance debe ser mantenido... nosotros no lo entendimos y... – Sus ánimos se desploman - desde las batallas en terreno enemigo no he vuelto a ver una sola hada del fuego...
Lock tiene la mirada perdida en el infinito.
- De todas formas debo entrar a la guerra.
- ...podrán combatir a las fuerzas enemigas sin tu ayuda, eventualmente regresarán vencidas del otro lado de Antillon y el juego continuará.
- Es precisamente eso, no quiero que el juego continúe, puedo sentir que nuestra victoria es posible, la victoria definitiva sobre el reino de la oscuridad.
Senea saltó de su hombro y se detuvo en el aire frente a él.
- ¿No me estás escuchando? Las fuerzas del mal no pueden ser derrotadas... – Poco a poco, Senea levantaba su voz una vez más.
- No son las fuerzas del mal, Senea, es un ejército de Shaumak, y existe porque el mal no fue destruido desde la raíz, ahora éste ejército se ha estado gestando pero no se compara en lo más mínimo con lo que salió del bosque en la guerra del Caos, puede ser completamente destruido, ya lo han vencido muchas veces cerca de Tar Nan’ og.
- Tar Nan’ og es un centro de población humana joder, pronto se organizará un ejército en la capital y empezarán a limpiar los bosques de Shaumak, pero eventualmente llegarán a Antillon, al centro del poder, y ahí perecerán como perecimos nosotros.
- No con la suficiente ayuda. Senea, ésta no es la guerra del Caos, casi fueron vencidos una vez, no se han recuperado por completo...
- No lo entiendes todavía, piensa en la gente que irá a pelear, son soldados marcados por el odio, corruptos con la misma maldad que pretenden erradicar, sus motivos son pusilánimes, no lograrán vencer al ejército sin sentimientos... hasta ahora han visto pura guerrilla, fuerzas secundarias, pero les espera el verdadero ejército Shaumak... esos soldados son inconcebibles hasta enfrentarlos, no tienen gadia, así que no sienten frío o dolor, miedo o hambre; como los humanos o las hadas... ¿Esperas vencer eso? Nadie los apoyará, no habrá clanes de hadas, ni señores del bosque, ni siquiera habrá enormes bestias... sólo humanos.
- ¡Los Shaumak no son invencibles!
- ¡Ustedes no serán quienes los venzan de cualquier forma! ¡No tienen la fortaleza o la paz, no son capaces de controlar su gadia!
- ¡Entonces muchas cosas no tienen verdadero sentido!
- No lo tienen bajo su forma de verlas. No combatimos Shaumak para vencerlos, los combatimos para recuperar un balance, balance en el cuál no hay un ataque total y constante de ninguna de las dos fuerzas.
- ¡Pues algo hace que las fuerzas de la oscuridad mantengan ataques enormes contra nuestras ciudades, eso es lo que debemos destruir para recuperar el balance!
Senea suspira y se calma un poco. Medita las palabras de Lock.
- Tal vez tengas razón.
Lock suspira también. El hada empieza a alejarse.
- ¿Adónde vas?
- A prepararte otro bastón, tu formación conmigo pronto terminará.
Lock se levanta y sigue al hada.
- ¿Crees que podremos vencer?
- Sé que si no vencen te voy a extrañar.

- ¡Bastardo! – Los gritos de Carmen ya se oían desde el campo de batalla.
Mi caballo mantenía la carrera, mi espada despedía llamas incesantes que describían una cola encendida tras de mí. Llegaban a mí los sonidos de aceros destrozándose mutuamente, alaridos humanos era lo único que plagaba el aire. “...los Shaumak carecen de una propiedad que comparten la mayoría de los seres vivos, denominado en las ciencias humanas y hadas como gadia...”. “Dudo que exista un ser que no grite ante el dolor” pensé. Mi caballo no aflojó el paso aún después de que mi espada llameó dentro de la batalla. Atacaba incesante los blindados cuerpos de los seres sin sentimientos que se me acercaban, evadiendo a los piqueros que esperaban una embestida mía para clavarle a mi caballo una pica trabada contra el suelo. Pronto me vi rodeado de sangre, mis hombres se batían con coraje y valor. Fue entonces cuando noté que la artillería portaba arcos sobre el hombro, ¡La artillería estaba entrenada en arquería!, por eso había tanta, y como lo supuse, los arcos entorpecían su desempeño. Seguí blandiendo mi antorcha afilada alrededor de mí, descubrí que las llamas que iba dejando en ocasiones se extendían por el aire hasta alcanzar enemigos fuera de mi alcance y entrar en su vientre haciéndolos estallar. No lo pensé en ese momento pero al parecer las llamas que se encienden espontáneas en los cementerios estaban surgiendo de la misma forma alrededor de mí. En el aire se percibía un fétido olor putrefacto, como el de miles de animales muertos tirados por todo el campo de batalla; eran los Shaumak, olían a muerte y putrefacción. Un enemigo cercano fue alcanzado por una de nuestras espadas... noté entonces que no sangró ni una gota; como un cadáver en movimiento, sus entrañas estaban secas. – ¡Muere, maldito! – Carmen seguía gritando, batiéndose como perro rabioso, salvaje como siempre la había visto aunque ahora más que nunca, jamás como ahora habíamos estado rodeados de tantos Shaumak; a Carmen la enfermaba la atmósfera, el fétido olor, los blindajes enemigos, los alaridos humanos... los Shaumak no nos daban ni el gusto de oírlos gritar en agonía. Lock se unió a la batalla, su bastón despedía más fuego aún que mi espada, cada Shaumak que golpeaba era envuelto en llamas hasta desaparecer estallando o caer al suelo vencido por el calor calcinante y de sus llamas era encendido cualquier otro soldado enemigo que se acercara. De alguna forma sin embargo, sus llamas no nos quemaban, como si fueran ficticias, a nuestros hombres les caían encima cuerpos Shaumak incendiándose sin siquiera calentarles la piel. La batalla no se equilibraba... los Shaumak nos superaban en número y pronto las filas lo resintieron, pronto se hizo evidente para mi gente que soportaba demasiada carga a la vez, el campo de batalla se cubría con nuestra sangre; los caballeros que nos acompañaba caían a mi alrededor, sus caballos eran picados por los costados y morían al poco tiempo. Mas no perdía la esperanza, mi llameante espada y el bastón encendido de Lock representaba una clara ventaja, los Shaumak a nuestro alrededor no tenían oportunidad alguna contra nuestra magia, aún cubriéndose con escudos, las llamas los alcanzaban. “¡Estamos equilibrando la batalla para le resto de los mil quinientos hombres!”. Queriendo medir el tamaño del ejército enemigo, miré a la distancia por un momento, recorriendo nuestro horizonte... entonces los vi, dos figuras montadas en hermosos corceles blancos nos miraban, alejados del peligro, la sangre y el fuego, desde una pequeña colina a varios pasos de nosotros. Uno de ellos, levantó una mano y de ella brotó un brillante destello azul. Surgidas del mismo aire, gruesas nubes de tormenta se acumularon sobre nuestras cabezas. Lock lo notó inmediatamente, su mirada se fijó preocupada en las dos figuras que nos observaban. Tomó su bastón y lo golpeó contra el suelo: una ola de fuego fue despedida del golpe quemando varias hileras de enemigos que se le acercaban. Rápidamente, sacó un pergamino de su túnica púrpura y abriéndolo habló unas cuántas palabras que enrarecieron su voz al pronunciarlas.
- ¡Mago! – A varios pasos de mí, la espada de Carmen escupía ahora fuego como la mía.
- ¡Cállate y ayúdame, necesito concentrarme! –
Carmen empezó a abrirse paso entre el enemigo que se interpusiera. Mi caballo giró, tenía una oleada nueva de Shaumak sobre mí y perdí atención por unos momentos, podía oír los gritos usuales de Carmen moverse de lugar rápidamente hacia Lock. Al girar nuevamente, Carmen mantenía a Lock resguardado a la perfección. El viejo mago había tomado su bastón con ambas manos y concentraba su poder en él. Pasados unos segundos soltó un grito espectral y una luminosa bola de fuego salió disparada de su bastón, voló en un parpadeo desde nuestra posición hasta los individuos en corceles blancos. El responsable del destello azul fue fulminado de golpe, sus pedazos encendidos volaron fuera de su montura ante la sorpresa de su acompañante y un relincho de terror de sus caballos. Del susto ambas monturas emprendieron carrera y se alejaron a toda velocidad del campo de batalla.
El bastón de Lock recuperó su llama. Un estruendo recorrió el cielo, empezó a llover.

- ¿Todas las cosechas? Válgame el cielo, las cosas están incontrolables.
- A mi parecer el señor de Varetta tomará cartas en el asunto antes de lo que creemos.
El aire es húmedo, frío. Las paredes encierran secretos, historias, cubren ambos con oscuridad y olvido, con nuevas historias.
- Bueno, he oído a mi marido decir que en realidad daría lo mismo, su ejército no podría siquiera sumarse en habilidades al nuestro, ya sabes cómo son los soldados de Varetta...
- Oh, Quire, las cosas no están como para que nos pongamos en posiciones como esa, nuestras familias pierden tierras...
. Ladrillo por ladrillo, Castillo del Crepúsculo se yergue imponente y un tanto lúgubre desde el centro de una de las poblaciones más importantes y florecientes de la comunidad humana. Coronado por múltiples torres y una bandera que ha ondeado en las alturas generación tras generación, lo culta de la vista densa niebla que ha bajado desde las nubes entre las que se pierde su torre más alta.
- Yo no me preocuparía tanto Shil, ¿Acaso no has visto el tamaño de ejército de mi esposo?
- Quire, tu esposo está durmiendo en el cuarto contiguo, sus hombres estacionados precisamente cerca de Varetta, se decía que habría riñas con el señor de Varetta. Han estado ahí seis meses ya...
Si bien es cierto que el asedio de las fuerzas de la oscuridad inició su trayectoria hace ya varios años, no ha habido un ataque realmente alarmante a población humana alguna. Las fuerzas de la oscuridad, en una incomprensible falta de decisión, tan sólo se han revelado como bandoleros que plagan ya los bosques más cercanos a la milenaria arboleda de Antillon. Los reinos humanos como consecuencia han mantenido una paz inquebrantable en todas sus poblaciones nada los ha amenazado si no han sido ellos mismos... hasta ahora.
- Es cierto, y es algo que nos consterna a ambos, Kesa no puede entender por qué el señor de Tar Nan’ Og no ha movido ninguna ofensiva hacia el bosque de Cilka o algún lugar cerca como Cu’ Waad. – Quire se molesta, prefiere dejarlo por la paz. – Pero estoy segura de que nuestro señor tiene muchas cosas en la mente como para empezar una ofensiva, es decir, cosechas en nuestras fronteras no es la cosa más importante en la vida Shil.
- Quire tu familia no se ha visto tan perjudicada como la mía, había tierras muy fértiles en Cilka, no puedo creer que las hayamos perdido, pero más que eso, no puedo creer que nuestro señor no se digne a mover al ejército inútilmente estacionado cerca de Varetta para proteger nuestras fronteras.
Un apuesto jovencito pasa corriendo frente a la puerta abierta del cuarto donde las dos damas hablan con discreción. Shil nota de inmediato que se trata de un mensajero de alguna aldea en la frontera, sus vestimentas rústicas así lo confiesan.
- ¡Quire, un mensajero de la frontera!
- ¿Perdón?
- Un mensajero de la frontera, - Shil se levanta y corre a la puerta. – viene muy cansado... ¿qué habrá pasado?
- ¿De la frontera?... dioses.
- Ven vamos a seguirlo.
Ambas damas salen de la habitación y caminan apresuradas por los pasillos del castillo, sus pomposos vestidos e incómodas zapatillas les dificultan el paso pero pueden oír los veloces pasos del muchacho que les lleva la delantera.
- ¿Va hacia las habitaciones reales?
- Si, pero nuestro señor no está.- Quire tiene más problemas para mantener el paso.
Shil se detienen, Quire la mira extrañada.
- Tendrá que hablar con Kesa... – Shil mantiene la voz baja.
- Sólo si es un asunto militar...
- Si no lo es no nos interesa...
- ... tienes razón Shil, vamos.
Regresan sobre sus pasos, entran a su habitación y esperan frente a la entrada. Al cabo de un rato, oyen nuevamente los pasos del joven que, exhausto, camina con respiración trabajosa acompañado por un guardia del castillo. Los pasos se detienen en la puerta contigua y se oyen golpes sobre ella. Después de intentarlo una segunda vez, se escucha una voz de dentro del cuarto.
- Ya voy, ya voy...
La puerta se abre.
- Señor, hay un asunto que debe ser hablado directamente con usted y de preferencia en privado...
- ¿Eh?.. mhhh... sí, sí, entren...
Ambos individuos entran y la puerta se cierra tras ello. Shil mira a Quire.
- ¿Qué crees que sea?
- No sé, habrá que esperar... eventualmente lo sabremos, pero me preocupa mucho, un mensajero así viene a hablar de problemas más serios que simples bandoleros y quemas cosechas.
- ¿Y si hay Guerra?
Quire se angustia un poco.
- No puede haber guerra... nunca ha habido una ofensiva enemiga organizada... tendrían que mandar a Kesa...
- ¿Pero eso está bien no?... con su gran ejército...
- No Shil, si mandan a mi esposo antes de una guerra se harían purgas en los bosques, limpiarlos de bandoleros... pero si hay guerra quiere decir que el enemigo lo espera... quiere decir que habrá enfrentamientos grandes...
- ¿Y tu hijo?
- ... No sé Shil... pues tendrá que quedarse conmigo, su padre querrá que siga su entrenamiento, no va a cambiar nada.
- ... esperemos que no halla guerra...
Quire está hundida en preocupación. Ambas mujeres callan, no logran escuchar nada de lo que pasa dentro del cuarto. Pueden ver la luz que brota de debajo la puerta, entrecortada e interrumpida por las sombras. Hay algunos murmullos ininteligibles. Repentinamente se abre la puerta, Shil ahoga un suspiro de susto, el guardia abandona el cuarto con el muchacho, la puerta se cierra tras de ellos. Sus pasos se pierden el final del pasillo donde se separan hasta desaparecer. Shil y Quire aguardan un poco más.
- ...¿Vas a entrar?- apremia Shil.
Se oye un grito.
-¡Quire...! – Quire suelta un “dioses” entrecortado.
- ¿Me lo dirás todo? – Apremia nuevamente Shil.
- Sí, Shil, sí, me tengo que ir.
Quire abre la puerta y entra a la habitación, tras ella la mirada de Shil no la pierde. Camina lentamente por el cuarto. Frente a ella, hay un hombre sentado, de espalda ancha y barba y cabello que empieza a blanquearse con canas, de mirada audaz y sobria. En la mesa frente a él yace una hoja de papel extendida con un sello de cera roto en la parte superior y una vela medio acabada enfrente. Un portazo tras ella le arranca otro suspiro. El hombre, que es su esposo, voltea. Sus ojos miran a Quire escondidos tras unos lentes de lectura.
- Ven mi vida, acércate. – Su voz es grave.
- ¿Qué ha pasado?
Kesa desliza la hoja de papel sobre el escritorio para que la vea su esposa.
- Es una carta de una aldea tras las montañas de Cu’ Waad.
Quire la estudia, puede reconocer que la letra está hecha muy descuidadamente, con agitación, aunque no puede leerla.
- ¿Malas noticias?
- Las peores en muchos años...
Quire mira a su esposo con angustia hasta la garganta. Él se mantiene impasible.
- ¿Guerra? – Quire tiene problemas para soltar las palabras.
- ... Si.
Quire no puede evitar una expresión de amargura en su rostro.
- ¿Irás tú?
- ¿Hay otro?... no mi vida, te casaste con el mejor y ha de ser el mejor quien vaya. Al menos hasta que mi hijo logre superar a su padre que ya se hace viejo...
- Dioses... nos preguntábamos por qué no mandaban tu regimiento a calmar las cosas las cosas en los bosques de la frontera... ¿pero esto?
Quire da unos pasos y abraza fuertemente a su esposo.
- Ya cariño. Que las cosas no están fuera de control, todavía tenemos el regimiento más grande y mejor entrenado de toda la comunidad...
Quire no despega su cabeza del pecho de su esposo, está invadida por la incertidumbre, el miedo. Sabe que su hombre es experimentado y tenaz, que ha salido victorioso en contiendas humanas en el pasado, que los dioses lo tienen en su gracia.
- ¿Dónde atacaron?
Kesa mira nuevamente las letras sobre la hoja de papel sobre su mesa.
- Cu’ Waad... cerca de Punta de Flecha...
De un largo suspiro de terror Quire se aparta de su marido. Lo mira interrogante y estupefacta.
- ¡Pero si eso está a cinco días de aquí!, ¿Cómo es que los exploradores no descubrieron su ejército?
- Así fue, pero nuestro señor estaba seguro de que atacarían aquí, no que se desviarían hacia Punta de Flecha... por eso amurallaron la ciudad...
Quire no cabe en sí de indignación mezclada con terror.
- ¿Aquí?... ¿Planeaba recibirlos aquí? Y la muralla, se terminó hace una semanas, ¿Sabían que el ejército atacaría éste lugar desde hace más de una semanas?... Pero y tus hombres...
- Llegarán aquí mañana, cuando se había previsto que atacarían los Shaumak...
- ¡Ah!... escucha lo que dices ¿qué actitud es esa?... ¡Permitir que el ejército enemigo llegue hasta tus puertas, combatirlo en la entrada de tu propia ciudad, frente al castillo donde aguardan tu esposa y tu hijo!
- No fue mi decisión, el señor del Tar Nan’ Og decidió que así nos moveríamos menos y... – Kesa se abstiene, calla y desvía la mirada.
- ... y podrían volver antes a Varetta...
- No sé qué es lo que el señor quiere en Varetta, no sé por qué odia tan viceralmente al señor de Varetta... antes de mi avanzada, eran nuestros aliados de Tordas quienes se mantenían estacionados en las afueras de su reino.
- Pero Tordas tiene problemas en otro lado...
- Sí.
- Míralos Kesa, se combaten entre ellos, mientras que hay un enemigo real allá afuera, ¿Por qué has de ser tú quien lo combata sólo?, de nada te servirá la gloria si mueres...
Kesa guarda silencio, su semblante se percibe sombrío, sabe que su mujer tiene razón, la tiene la mayor parte del tiempo. Ella camina nuevamente y lo abraza por la espalda; lo apoya como siempre.
Kesa es un hombre entregado a su deber, sabe que su señor comete un error muy grande al hundir su atención en riñas con Varetta cuando hay una amenaza tan inminente sobre su propia ciudad. Sin embargo sabe también que éste ataque cambia totalmente las prioridades para todos los reinos humanos. No quiere alarmar a su esposa, pero sabe que debido no sólo al hecho de que se haya iniciado un ataque organizado, sino que además hubiera atacado una aldea tan desprotegida, debido a que muy probablemente no hubo ni un solo sobreviviente en el primer movimiento militar del nuevo enemigo; el señor de Tar Nan’ Og prestará auténtica atención a los Shaumak ahora y en adelante. En cualquier caso, aún será su sangre y la de sus hombres la que se derramará protegiendo a todos los reinos humanos para que puedan seguir luchando entre ellos. Incluso si él muere, su hijo a quien entrena con tanto empeño en las artes de la guerra, continuará la eterna rivalidad entre su señor y el señor de Varetta o quien le suceda.
Al día siguiente dejaría Castillo del Crepúsculo con toda su avanzada para destruir al ejército que había atacado en Cu’ Waad, el primer enfrentamiento entre un ejército humano y los Shaumak, de quienes se sabía tan poco. Kesa podía sentir cambios avecinarse.

La lluvia se volvió una tormenta terrible, nuestra sangre era lavada de nuestras heridas en al instante de surgir, la bruma que se levantaba con las gotas de lluvia convirtió nuestro alrededor en borrosas figuras oscuras en movimiento. Perdíamos efectividad, las llamas de mi espada ya no detonaba enemigos a la distancia, los cuerpos enemigos no se quemaban hasta consumirse cuando los golpeaba sin matarlos, perdimos toda ventaja. Lock tenía problemas graves, su bastón no lograba consumir sus objetivos al primer golpe. Se apoyaba constantemente en Carmen que permanecía a su lado con evidente fatiga en sus movimientos, luego ya no podía verlos por la bruma. Mi gente seguía cayendo. En ese momento escuché un grito, – Maldita sea, son demasiados. – era Carmen, y decía algo que jamás pensé que la escucharía decir, especialmente porque había un oscuro matiz inconfundible en sus palabras: Miedo. En ese momento, una verdad innegable me golpeó con su grito: ésta batalla era nuestra primera derrota, no podíamos ganar, estábamos vencidos. Repentinamente mi caballo se volcó hacia un costado. Una pica lo había atravesado en un muslo. Perdí el control y caí al suelo, rodando entre mis enemigos y los charcos de lodo que invadían el campo de batalla. Me levanté rápidamente, atravesando otro guerrero Shaumak y seguí la contienda en tierra. Empecé a retroceder para poner líneas de mi gente tras de mí, combatir mi camino hacia Carmen y Lock, junto a quienes muy probablemente combatía mi padre, quien al parecer también había perdido su caballo. Tratando de no tropezar con los cuerpos que se apilaban en el campo, el suelo lodoso y las armas tiradas, combatía dos Shaumak a la vez al tiempo que retrocedía a cada oportunidad. De súbito era embestido constantemente por detrás o los costados, me mantenía alerta en todo momento. La lluvia no cesaba ni disminuía. El campo se despejaba bastante, ya no podía ver a mi gente no importaba a dónde volteara, y cuando los encontraba suficientemente cerca como para reconocerlos, se batían temerarios contra más de tres guerreros enemigos. En ese momento un ataque sorpresa me hizo retroceder sin cuidado y tropecé con un cuerpo carbonizado en el suelo. Con un hábil movimiento me levanté asesinando al Shaumak que me había derribado y logré además herir a otro de mis atacantes; di una serie de giros que no pudieron predecir y logré deshacerme de ambos. Miré a mi alrededor recuperando la calma, me había movido en diagonal en vez de hacia atrás, la luz del fuego de Lock se veía a la distancia hacia mi derecha, apenas reconocible por la densa bruma que me rodeaba. Había salido del grueso de la batalla que llegaba ya a su evidente final. – ¡Arre! – Carmen se había subido a un caballo y emprendía carrera. Pisé algo y mi vista bajó por unos segundos. Me petrifiqué. Mi padre yacía muerto a mis pies. Una herida en el costado liberaba las últimas gotas de su sangre al lodo que lavaba la lluvia. El mundo a mi alrededor desapareció, callo, no sentía más la lluvia entre mi padre y yo. Un dolor indescriptible surgió del fondo de mis entrañas como miles de hormigas rojas atrapadas en mi pecho. Al levantar nuevamente la vista la ahoja de un hacha de guerra estaba por golpearme de frente; sin que lo notara siquiera, levanté mi escudo y fui tumbado al suelo, con una vuelta instintiva me levanté y atravesé a mi agresor de un golpe fatal. Al caer él solté mi espada que quedó enterrada en su vientre. Caí arrodillado ante mi padre, como vencido por una inmensa fatiga, lo miré. Miré entonces su espada a la que aún se aferraba con la diestra y la tomé entre mis manos.
- ¡Larguémonos de aquí! – Carmen había llegado a mi lado.
- Mi padre ha muerto... – No podía sentir el impulso de voluntad con el que hablaba.
Carmen me tomó del brazo y subí al caballo en respuesta a un tirón que me dio. Detuvo su mirada sobre el cuerpo inmóvil de mi padre por un momento; no podía sentir mas que vacío, pero estoy seguro de que fue invadida por un profundo respeto. Después levantó la vista al campo de batalla. Las sombras de decenas de Shaumak corrían hacia nosotros a través de la bruma. Espoleó el caballo y soltó un grito. Éste levantó las patas delanteras en el aire exhalando un relincho amenazador y emprendió la carrera de vuelta a la arboleda de la que salimos.

Dejamos la tormenta atrás. Nuestra sangre y nuestros muertos se encuentran esparcido en una pradera lodosa que nos arrastró la gloria fuera de las manos. Mi padre, segundo comandante en jefe de las fuerzas de Tar Nan ‘Og, Kesa Workir, se desangró en ese campo de batalla donde enfrentamos al ejército enemigo más poderoso que jamás hayamos visto. Mis mil quinientos hombres, infantería y caballería, están muertos. Cabalgamos hacia el este en dos caballos cansados, con nuestras armas oliendo a muerte y a ceniza, nuestras armaduras envestidas en fría derrota aplastando nuestras almas. Me invade una aguda amargura que se cierne implacable sobre el inmenso vacío en mi alma llenado sólo por la imagen de mi padre inerte con su rostro cubierto de sangre y lluvia. Siento mis lágrimas correr por mis mejillas incesantes.
- ¿Adónde vamos? – En mi pregunta se delata mi desinterés por la respuesta.
- A hacernos de otro ejército. – Carmen parece decidida a continuar ciegamente, como por impulso.
- ¿Dónde?
No me responde. Lock, que nos ha seguido con la cabeza baja, levanta la mirada, puedo sentirla en mi espalda.
- A Varetta.
Varetta, el reino humano más cercano a Antillon después de Tar Nan’ Og, son ahora, a pesar de su eterna rivalidad con nuestro reino, nuestra única esperanza. Mi padre debería estar vivo para ver éste día. Mis lágrimas se renuevan.
- ¿Lock, quién era el otro individuo que acompañaba al hechicero Shuamak? - preguntó Carmen. – Tan sólo pensar en él me invade de un indescriptible miedo.
Ella notó algo que percibí tan sólo ligeramente. Para ella siempre han sido evidentes las manifestaciones mágicas que nos rodean. Por un instante en batalla, sentí que la presencia que nos observaba desde lo lejos era un ser desde el cuál emanaba una oscuridad infinita, supuse luego que era una sensación derivada de toda la podredumbre que nos rodeaba, le perdí atención... sin embargo para Carmen debe haber sido clara e inconfundible.
- Ese es el ser que he estado buscando todo éste tiempo, el centro mismo de la voluntad de las fuerzas de la oscuridad. El responsable de ésta guerra, el verdadero y único enemigo. Es a él a quien hay que destruir, esto ya no se trata de enormes ejércitos que convirtamos en carnicerías inútiles Carmen, esto se trata de destruir a un solo y poderoso ser.
- Deduzco por consecuencia que la bola de fuego estaba dirigida a él.
- Su poder es algo que no había imaginado nunca, se necesitará más que sólo mis habilidades para vencerlo.
- ¿Cuánto más? – Intervengo.
- No lo sé.
- Pues será mejor que lo descubras Lock, debo vengar a mi padre.
- Yo también. – Más piezas en el rompecabezas de la vida de Carmen.
Lock suspira pesadamente.
- Mientras eso sucede... hay que seguirlo...
Carmen suelta una carcajada.
- Y como planeas hacer eso mago imbécil, tan sólo en la batalla que acabamos de perder huyó como liebre, podría estar en tierra oscura en éstos momentos.
- Piensa un poco niña, ¿Por qué seguir huyendo? Su ejército acaba de reducir nuestra avanzada a tres personas; seguirán avanzando hacia Castillo del Crepúsculo, estoy seguro.
Me doy cuenta de que tiene razón... el ejército de Tar Nan’ Og ya no existe, la ciudad esta desprotegida. Le tomaría unas tres semanas al ejército Shaumak avanzar hasta Castillo del Crepúsculo, pero nada los detendrá ya.
- Debemos defender Castillo del Crepúsculo Lock. – No quiero sonar desesperado.
- Si Capitán... pero hay que ser pacientes... es probable que sí necesitemos el ejército de Varetta, necesitamos ganar tiempo... debo ver a mi hada tutora.
- ¿De qué idioteces hablas ahora mago? – Carmen esta casi tan amargada como yo, y es tan mala como yo para ocultarlo.
- Tranquila niña... guarda tus energías para el enemigo.
Me he quedado sin nada, sin energías o planes, sin fuerzas... Carmen por su lado no quiere hablar más, se sumergirse en sus pensamientos, tras su cicatriz arrugada, como pretendiendo olvida todo esto. Lock mientras tanto se ve determinado en su conclusión, es por eso que él dirige nuestras acciones desde aquí, porque es el único con un rumbo y una razón. Nuestros caballos eventualmente necesitan detenerse... seguimos cabalgando hasta una laguna donde encendemos un fuego y pasaremos la noche. La luna no brilla en el cielo, sobre nosotros no hay una sola estrella para iluminarnos la cara. La oscuridad se cierne entre nuestros cuerpos abatidos como en nuestro interior, sabemos que la mañana traerá algo de esperanza, pero ésta noche, nos cobijará sólo el viento helado del oeste.