Shiroi yasumi no basho

Blanco lugar de descanso: Sección de cuentos y sueños. No todos son míos por cierto.

lunes, marzo 12, 2001

Azul

Mariana abrió los ojos lentamente, cual venosas ventanas rojas. Se sentían agotados, exhaustos del esfuerzo de expulsar frustración a base de lágrimas. Mariana ya no tenía lágrimas para nadie; ni para Marco, ni su hermano, ni nadie, no tenía lágrimas ni para ella misma. El agua de la bañera que la rodeaba estaba helada e inmóvil. Se había metido a bañar cuando el vapor le escurría por la piel, lánguido y relajado; mas ahora el helado humor que la rodeaba le congelaba los nervios y las carnes. Mariana temblaba. Miraba fijamente la pared frente a ella, con los azulejos turquesa un poco enmohecidos en las coyunturas y su reflejo irreconocible sobre su superficie. No pensaba ni sentía, tan sólo temblaba interiormente, crepitando como el carbón después de ser consumido por las brazas; a Mariana la había consumido el llanto. Sentada, con los brazos alrededor de sus piernas dobladas y acalambradas, apretadas contra dos pezones endurecidos, el mentón y los gruesos labios azulados entre las rodillas y la vista fija en los azulejos, Mariana se congelaba. Parpadeo perezosamente y un tenue impulso mental le hizo notar algo; un pequeño ruido en el entorno, como el interminable goteo bajo la caja del escusado, faltaba. Giró la cabeza y miró hacia la puerta abierta del baño, que daba hacia su cuarto. Siguió escuchando... el niño ya no lloraba. Lentamente, Mariana se levantó de la bañera, encorvada por el frío y teniendo problemas para caminar con las piernas entumecidas. Salió hacia su cuarto mojando la alfombra y calentándose un poco con el calor que emanaba del foco de 70 Watts. Su ropa tirada empezó a enredarse en sus pies pálidos y adormecidos, su lencería, sus calcetines sucios, sus medias rotas. Mariana caminó hasta el lado de su cama destendida y desatendida; ahí yacía una cuna de bebé plástica y olvidada. Mariana se acercó un poco y miró en su interior, el bebé no lloraba. Mariana sintió una extraña sensación de alivio, ínfimo chispazo de emoción en su cuerpo desteñido y helado. Mas de repente miró un poco más detenidamente, el bebé tenía los ojos cerrados y la cara azulada como sus propios labios, no respiraba ni se movía. Mariana se quedó inmóvil en estupefacción, al cabo de un momento dejó de temblar. Extendió su brazo con dificultad, sintiendo cada tendón de su codo quejarse, movió la cabeza del niño; no reaccionó. Mariana contrajo el brazo en un repentino reflejo de horror, la cabeza del niño volvió a su lugar con inerte pesadez. Mariana no supo que hacer, debió haberse ahogado hace al menos media hora, cuando ella aún lloraba; no podía hacer nada. Tomó su sabanita de Winnie Pooh y le cubrió el rostro. Regresó caminando lentamente al baño, su cabello aún escurría agua fría sobre su desnudez; apagó el foco del cuarto y encendió la pequeña luz sobre el espejo del baño. Una mujer cadavérica apareció reflejada en el espejo, mirándose fijamente a los ojos azul cielo. Comenzó a recorrer sus facciones desaliñadas y deprimidas, sus ojos aún rojos del llanto, los labios recobraban su color lentamente y sus negros cabellos se relamían sobre su frente. En algún lugar del fondo de su alma carcomida por la frustración, podía aun sentir esa oscura mancha que le teñía las entrañas cómo ácido líquido negro, esa cataplasma que era la tristeza que intentaba inútilmente lavarse con llanto, la sentía latente. Llevó la mano al costado del espejo y lo deslizó hacia un lado. Tras él asomaron dos pequeñas repisas de vidrio en un oxidado cajón empotrado en la pared. Sobre las repisas se apiñaban un jabón dermatológico, hilo dental, litio y otras drogas antidepresivas, un rastrillo Guillete... Mariana tomó el frasco de Litio y lo miró por un momento, luego, aflojando la mano, el frasco calló en el lavabo, tomó luego el frasco de Prozac, el de Xanax... hasta que quedó solamente una aspirina y un dulce Halls viejo. Mariana se quedó mirando fijamente la repisa. Entonces levantó su mano y la puso junto al rastrillo, tomando el vidrio de la repisa por ambas caras, empujó hacia abajo. De repente, la repisa se quebró por la mitad por el peso, pedazos de vidrio cayeron al lavamanos, los dedos de Mariana comenzaron a sangrar. El polvo de cristal y óxido se precipitó sobre los botes de píldoras derramadas al sacar el vidrio roto del cajón en la pared. Mariana observó la hoja rústica que describía el borde de repisa rota, teñida en su sangre carmín y polvo de oxido que escurría por su mano. “Me dará tétanos”. Giró hacia la bañera y se metió en ella, el agua se desplazó sin enturbiarse. Bajo su mano brotaron plastas rojas bajo la superficie del agua que se difuminaron pesadas. Mariana tomó el vidrio con cuidado y sosteniendo su antebrazo contra él se hundió la hoja en las venas. Hilos rojos brotaron al paso del vidrio sobre su piel, al tiempo que Mariana mascullaba imperceptiblemente. Su mano cayó al agua y soltó el vidrio que arrojó una nube rojiza en el líquido. Los hilos de sangre seguían escurriendo por el antebrazo de Mariana. Empezaba a marearse; se jaló con las piernas y su cuerpo desnudo se hundió nuevamente en el agua helada, hasta que sólo su cabeza asomaba por encima del líquido rojizo en el que se entumecía. La fue venciendo un cansancio paulatino al tiempo que las imágenes de los azulejos turquesa se volvían borrosas y giraban a su alrededor. Prefirió cerrar los ojos.
El goteo bajo la caja del escusado permanecía incesante. La lucecita del espejo del baño iluminaba tímida la bañera hecha en China, y una mujer dentro, sumergida en agua helada vivía apenas, aplastada bajo le peso de su propio pecho, ahogado en penas. Respiró de golpe y abrió los ojos repentinamente, el agua frente a ella ni siquiera se turbaba con su respiración casi imperceptible. Miró hacia la puerta, del baño; no alcanzó a distinguir lo que había más allá, la luz del espejo le cegó cuando intentó mirar dentro de su cuarto. Miró nuevamente los azulejos turquesa frente a ella. Después de un rato levantó su antebrazo y lo miró estupefacta. Hilos de un líquido azul corrían por sus heridas hinchadas, miró el agua y notó con un sutil suspiro entrecortado que toda estaba teñida del mismo humor azulado, que había ya sustituido el rojo. Se llevó la otra mano a la herida y palpó atónita el líquido, sintiéndolo idéntico en textura a la sangre que le precedió. Se levantó de la tina un tanto exaltada, los hilos líquidos azules le resbalaban por la piel erizada, huyendo hacia el frío. Mariana miró hacia la salida del cuarto y una vez más la pequeña luz sobre el espejo deslumbró sus ojos terriblemente débiles. Mariana se quedó quieta. Una imagen apareció horrible en su cabeza; la cara de su bebé muerto. La mancha negra en su interior creció de repente, Mariana se contrajo de dolor. Nuevas lágrimas le huyeron de los ojos, como nuevas esperanzas que caían de su alma para embarrarse en el piso. Leves gemidos de agonía escaparon de sus labios. Sus manos se manchaban de un líquido azul que fluía de sus ojos. Mariana se percató de repente. Volvió a mirar la salida del baño y una vez más no pudo verla fijamente. Sollozando con los ojos entrecerrados salió de la tina de baño. Se acercó al interruptor para apagar la luz que la hostigaba y estar a espaldas de ella, ver su cuarto. Apretó el interruptor pero la luz no la abandonó. Miró la puerta del baño; no vio nada del otro lado, no había nada del otro lado, sólo inmensa negrura. Mariana se petrificó. “¿Qué es esto?” Escudriñó la oscuridad por largos minutos, no dejaba de temblar débilmente, de escurrir agua helada y líquido azul espeso. En un acto inconsciente, extendió lentamente el brazo izquierdo, una vez más cada fibra de su cuerpo casi se desgarró, pero Mariana alcanzó la negrura frente a ella sólo para comprobar que era espacio, oscuridad y espacio ilimitados. Su brazo se contrajo nuevamente. ¿Estoy muerta? De repente a Mariana la invadió nuevamente una tristeza agria, no era ni miedo ni confusión sino pura tristeza espesa, le mordía el corazón. Mariana soltó una lágrima y luego otra, y el flujo se hizo constante, pero notó algo nuevo; se estaba sintiendo cansada, como si cada gota de líquido le robara a su cuerpo la vida poco a poco. Pero no podía dejar de llora, estaba muy cansada y no podía evitar seguir llorando y perdiendo la vida en hilos de tinte azul. El cansancio se volvió sueño y al cabo de unos minutos, Mariana apoyó una rodilla en el suelo pues ya no tenía fuerza para mantenerse en pie, ahora empezaba a sentir el miedo, cada lágrima era un pequeño adiós, pero uno no puede decir adiós demasiado sin eventualmente irse. Mariana se iba y ya no había nada que pudiera hacer al respecto, las lágrimas le corrían por el rostro, se las secaba con la palma de la mano, luego el dorso, hasta que los brazos escurrían líquido como sus ojos. Pero al poco rato ya no necesitaba secarse las lágrimas pues ya no podía mantener los ojos abiertos, la fatiga ponía peso tras peso sobre ella, no tenía fuerza más que para seguir exprimiéndose el pecho y seguir llorando.Ya acostada en el suelo del baño, con un frío charco azulado bajo su piel desnuda, apretada contra el suelo por el peso de su propio cuerpo, sin poder abrir los ojos; Mariana respira lenta y trabajosamente. Gime todavía con debilidad de vez en vez, para ayudarse a ahuyentar el llanto. Tiene los ojos cerrados y entre un sueño que la persigue voraz y la realidad que la abandona a su suerte, puede sentir en sus párpados que la luz se apagó, que la rodea una perfecta oscuridad. Ya no siente el piso bajo su piel pues se le ha entumido toda, el frío ahora le cala las entrañas mismas, amenazando con pararle el corazón. Y es que está muy cansada. La verdad es que también sus pensamientos se callan poco a poco, hasta que no queda más sonido que el de la fiel gotera bajo la caja del escusado, ninguna sensación, ni voz alguna, ni luz, ni calor, ni Mariana.